Por Yael Camhi
– En 1959, el presidente Jorge Alessandri firmó una ley que dio a una calle en Ñuñoa el nombre de República de Israel, un gesto cargado de simbolismo y diplomacia que honraba las relaciones entre Chile y el Estado judío.
Más de seis décadas después, en los últimos días de gestión del concejo municipal saliente, se aprobó cambiar el nombre de República de Israel a Nueva Ñuñoa, iniciativa impulsada por la agrupación “Ñuñoa por Palestina”. Esta solicitud fue presentada al concejo y posteriormente aprobada, sin consulta ciudadana y en contra de las disposiciones legales, justo antes de que asumiera la nueva administración municipal. La medida fue una jugada administrativa que al ser tomada en los últimos días de gestión, dificulta su revocación por parte de las autoridades entrantes.
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Tras catorce meses del inicio de la guerra entre Israel y Hamás, hemos estado expuestos a todos los horrores imaginables, como contemplar con espanto la destrucción de los kibbutzim en el sur de Israel, los cientos de personas asesinadas, torturadas, violadas, secuestradas y el número imposible de digerir, de muchachos en su veintena que han resultado muertos o heridos en los combates.
La guerra, respaldada por Hezbolá y los Hutíes y orquestada por el régimen asesino de Irán ha golpeado duramente a Israel como nación y a los judíos en la diáspora, tanto colectiva como individualmente.
Lo que comenzó como un supuesto apoyo legítimo al pueblo palestino en tanto niño símbolo de la maldad sionista (judía), ha ido mutando exponencialmente, volviéndose cada vez más peligroso, irracional, violento y desinhibido, al punto de llamar, el 29 de noviembre, sin pudor alguno, a la destrucción del estado judío y la aniquilación del pueblo judío mediante la consigna “desde el río hasta el mar, Palestina será libre” (ver cuentas oficiales del partido Frente Amplio).
Hay ataques en siete frentes contra Israel allá. Y hay muchos más frentes aún, de odio antijudío desbordado, a lo largo y ancho del mundo entero. Los ataques salvajes a Israel, y las campañas de demonización, deslegitimación, negación, exclusión y odio en aumento a los judíos en la diáspora, son simultáneas y se alimentan una a otra. Aquí, el antisemitismo nos va ahogando con situaciones cada vez más frecuentes e intensas de odio y daño. Lo escuchamos de nuestros abuelos en vísperas de la Shoá, en Europa.
El Gobierno de Chile, no ha sido precisamente un bastión de apoyo. El Presidente de la República se permite insultar al embajador de Israel, dejándolo plantado en La Moneda, en el peor incidente diplomático en Chile de los últimos años. No fue capaz de mencionar los nombres de los cinco chilenos asesinados por Hamás en Israel y ha continuando con su política de hostilidad hacia el Estado de Israel y los más de 10.000 chilenos residentes. Para empeorar las cosas, retiró a la máxima representación diplomática en Israel, el Embajador Jorge Carvajal, quien fue reasignado a Países Bajos, dejando a Israel sin embajador chileno, y destruyendo décadas de confianza mutua.
La militancia antisemita y el atizar el odio contra Israel del gobierno de Boric ha obtenido felicitaciones de la organización terrorista Hamás. Chile ya es “antisemíticamente correcto”. La izquierda a la que representa, está integrada, entre otras, por una masa de muchachos que reduciendo a consignas uno de los conflictos más intratables de la historia, se cubren la cara con una kufiya comprada en Amazon y le dan rienda suelta a su odio. ¿Por qué? Porque de todos los odios existentes, odiar a los judíos está permitido. Israel es la excusa, el antisemitismo, la raíz.
Y así, hace algunos meses, tuvimos que lamentar los incidentes en una de nuestras comunidades y en el Estadio Israelita, donde personas fueron agredidas. Hemos presenciado vandalismo a nuestras sinagogas, hostigamiento en las universidades, donde algunos alumnos han optado por clases online por temor a ser agredidos. Han llamado al despido de profesoras “sionistas” (judías) en la UMCE, han cancelado convenios con las universidades de Haifa, Technion-Israel Institute of Technology y Universidad Hebrea de Jerusalén, así como también ponencias de docentes israelíes.
Hemos dejado de usar kipá en la calle, o cualquier otro accesorio que nos identifique como judíos, y algunos hemos llegado al extremo de pedirles a nuestros hijos que no digan su nombre (judío) en voz alta en lugares públicos.
Todo esto mientras el discurso y las acciones de odio contra judíos e Israel -“sionistas” y “sionismo”- se normaliza y las amenazas en redes sociales se multiplican.
Quienes hacemos de las redes sociales nuestra trinchera digital para combatir la desinformación y el antisemitismo, hemos presenciado una cantidad e intensidad de mensajes de odio que es francamente intolerable. Pasamos de los insultos y las burlas a amenazas de muerte, indagaciones sobre nuestra identidad y descargar nuestras fotos de perfil para incitar a otros antisemitas a que nos acosen.
El cambio de nombre de la calle “República de Israel” a “Nueva Ñuñoa” es un símbolo de esta nueva realidad. Más que un acto administrativo, es una declaración de odio disfrazada de virtud. Esta no es una pancarta ni un grafiti efímero; es una decisión permanente que oficializa y le otorga sello de aprobación al odio hacia los judíos, bajo la pátina de “conciencia social”.
Es odio creciente, sin pausa y sin bozal, que va estrangulando nuestra realidad, como una boa constrictor, enroscándose cada vez más; apretando, deprivándonos de espacios seguros, amables. El propósito detrás de cada acción es expresar hostilidad hacia los judíos. No hacia Israel, sino hacia los “sionistas”. Sionista es el eufemismo hipócrita de quienes odian a los judíos y no se atreven a decirlo.
Para añadir insulto al daño, esta decisión ignora la Ley 13.316, que en 1959 dio validez oficial al nombre de la calle. Además, fue tomada por un concejo saliente en Ñuñoa, con miembros que perdieron las elecciones, como una estrategia de “amarras” para el futuro alcalde, Sebastián Sichel, quien ya ha señalado su intención de revertir esta medida.
El precedente ya existe en calle Manzano, en Patronato, rebautizada como “calle Palestina”. La proximidad del alcalde de Recoleta Fares Jadue y del exalcalde Daniel Jadue, destacados miembros de la comunidad palestina y conocidos por su retórica antisemita, es suficiente para entender las motivaciones tras este tipo de decisiones.
Israel es castigado simbólicamente, pero el abuso, el daño, la alevosía emocional y psicológica es contra nosotros, los judíos de Chile, a quienes quieren atormentar y fustigar volcándonos encima siglos de odio antisemita revestidos de virtud.
“Nueva Ñuñoa” será el doloroso recordatorio de que en Chile no somos bienvenidos, que odiarnos es la realidad oficial y acosarnos es un buen tono reglamentario.